domingo, 11 de marzo de 2018

Vive la felicidad volando en Parapente

Volar es uno de los sueños perseguidos por el ser humano desde el principio de los tiempos… Y aunque lo tengamos que hacer con ayuda de equipo adicional, puedo decir sin duda alguna que es una de las mejores experiencias que he vivido. Pero ¿Cómo les explico lo que sentí?

Es que suena trillado, pero nada que describa se compara a que lo vivas por ti mismo, y es que esta vez aproveché mi viaje para realizar Parapente.
Hay varios lugares donde se puede realizar, siendo uno de los más populares el pueblo de San Pedro, en este caso volamos desde el cerro Playa Bruja en la comuna de Libertador Bolívar (a unos 15 minutos antes de Montañita), el vuelo usualmente dura entre 12 a 15 minutos, vas acompañado del Instructor quien realiza todas las maniobras y uno sólo tiene que disfrutar; Tiene un costo de $35, que incluye las fotos que cada uno toma mientras vuela.

Cuando recién llegamos habían buenas condiciones de viento, que es lo que se necesita para volar, sin embargo con el paso del día bajo bastante, por lo que nos ofrecieron hacer parapente a motor, donde se recorre una mayor distancia en el mismo tiempo y se asciende a mayor altura.

Entonces llegó mi momento, (ya lo habían realizado mis hermanos), por lo que me sentía entusiasmada, el equipo incluye un chaleco, arnés, casco y unas orejeras protectoras contra el ruido del motor. Ya lista, me senté en el aparato que es como yo le decía: “Una bicicleta con alas”. Y en menos de 5 segundos, apenas y alcancé a que me dieran la cámara, despegamos.

Al principio en el estómago tenía esa sensación nerviosa, pero a diferencia de cuando hice Puenting, aquí no se me ocurrió ni siquiera cerrar los ojos. Y es que no hay nada más lindo que sentir el viento en tu rostro y empezar a ver todo desde arriba, como si pudieras tocar las nubes.

Intento buscar las palabras adecuadas para describir las emociones que sentía mientras volaba, pero como dije con anterioridad, nada se compara a que lo vivas por ti mismo. Ni siquiera quería tomar fotos, sólo me centraba en abrir bien mis ojos para poder apreciar cada momento del paisaje, sobre todo cuando pasaba por el perfil costanero y veía la playa.

Cuando virábamos en las curvas volvía a tener esa sensación en el estómago, y es que vas ahí adelante sentado aparentemente sin nada que te proteja, pero esos nervios pronto se disipaban, y vaya cómo disfrutaba estar ahí. ¡Los pájaros tienen tanta suerte!

Sentí que fueron más de 15 minutos, pero como todo lo bueno se acaba, llegó el momento de aterrizar. Si me daban nervios pues no quería zangolotearme, pero fue todo muy suave, apenas y sentí que la llanta tocó el suelo.  




Una experiencia de vida obligatoria, y no de esas que se hacen una vez en la vida, sino de esas que una vez que pruebas, quieres regresar!!!




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